EL cristiano y la adoración (La Murmuración)
Santiago, en su carta, nos advierte con claridad: “Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez.” (Santiago 4:11-12). ¿Alguna vez te has preguntado por qué las palabras hirientes pueden causar tanto daño? La murmuración, ese veneno que se filtra en nuestras conversaciones y corroe las relaciones, es un problema tan antiguo como la humanidad misma. Desde los israelitas que murmuraron en el desierto hasta los chismes de pasillo en la oficina moderna, la murmuración ha dejado una estela de destrucción a su paso. En esta ocasión, exploraremos las raíces de este hábito destructivo, sus consecuencias devastadoras y, lo más importante, cómo podemos cultivar una lengua que edifique y una comunidad alabe al Señor.
Profundizando en las Raíces de la Murmuración:
Inseguridad:
Miedo al rechazo: La necesidad de sentirse aceptado y valorado puede llevar a las personas a criticar a los demás para sentirse superiores. La Biblia llama a buscar nuestra identidad en Dios en lugar de en la aceptación de otros. Proverbios 29:25: “El temor del hombre pondrá lazo; Mas el que confía en Jehová será exaltado.
Baja autoestima: Al menospreciar a otros, se busca compensar las propias inseguridades y carencias. En lugar de menospreciar a otros para sentirnos mejor, somos llamados a tener una autoimagen basada en nuestro valor ante Dios. Romanos 12:3 nos exhorta a tener una perspectiva equilibrada: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura…”
Comparación constante: La tendencia a compararse con los demás puede generar resentimiento y la necesidad de "derribar" a aquellos que parecen tener más éxito. La comparación puede generar envidia y resentimiento. Gálatas 6:4 aconseja: “Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse solo respecto de sí mismo, y no en otro.
Envidia:
Deseo de lo que otros tienen: La envidia nace del deseo de poseer los bienes, talentos o relaciones que otros disfrutan. La envidia surge al desear lo que pertenece a otros, y la Biblia nos advierte en Éxodo 20:17: “No codiciarás la casa de tu prójimo...
Sensación de injusticia: La percepción de que otros son tratados mejor o tienen más oportunidades puede alimentar la envidia. Jesús nos llama a alegrarnos con los que son bendecidos. En la parábola de los obreros en la viña, Mateo 20:15 resalta la importancia de no envidiar: “¿O no me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?”
Incapacidad para celebrar los logros ajenos: La envidia impide reconocer y apreciar las virtudes de los demás. Romanos 12:15 invita a “gozaos con los que se gozan,” un recordatorio de celebrar las bendiciones y los logros de otros.
Orgullo:
Superioridad autopercibida: La creencia de que uno mismo es mejor o más sabio que los demás. La Biblia enseña que debemos tener un espíritu humilde. Proverbios 16:18 advierte: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu.”
Necesidad de control: La tendencia a querer imponer nuestras propias ideas y opiniones. En lugar de imponer nuestras opiniones, la Biblia nos llama a vivir en paz y armonía. Romanos 12:16: “Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes.”
Resistencia a la crítica: La dificultad para aceptar las críticas constructivas y la tendencia a justificar nuestras propias acciones. Proverbios 15:31 destaca el valor de aceptar correcciones: “El oído que escucha las amonestaciones de la vida, entre los sabios morará.”
Aburrimiento:
Búsqueda constante de novedad: La necesidad de encontrar algo de qué hablar o con qué entretenerse puede llevar a buscar chismes y rumores. La murmuración puede ser una distracción de nuestros propósitos. Efesios 4:29 nos aconseja a usar nuestras palabras con propósito: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación.
Falta de propósito: Cuando no encontramos un sentido a nuestra vida, podemos buscar distracciones superficiales. Al no tener un sentido en la vida, podemos caer en distracciones vacías. Proverbios 19:15 advierte sobre la pereza y la falta de visión: “La pereza hace caer en profundo sueño, y el alma negligente padecerá hambre.
Otras raíces posibles:
Falta de empatía: La incapacidad de ponerse en el lugar de los demás y comprender sus sentimientos. Nos es mandado ser compasivos. Efesios 4:32 exhorta: “Sed más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros
Miedo al conflicto: A veces, la murmuración se utiliza como una forma pasiva-agresiva de expresar el descontento o la frustración. La Biblia enseña a resolver conflictos directamente, en lugar de recurrir a la murmuración. Mateo 18:15: “Si tu hermano peca contra ti, ve a solas con él y hazle ver su falta.
Hábito: La murmuración puede convertirse en un hábito difícil de romper, especialmente en entornos donde es común. La murmuración puede ser un patrón repetitivo. Santiago 1:26 nos recuerda: “Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana.”
Ejemplos concretos:
Inseguridad: Una persona que constantemente critica a sus compañeros de trabajo puede estar tratando de ocultar sus propias inseguridades sobre su desempeño.
Envidia: Un amigo que siempre encuentra algo negativo que decir sobre los logros de otro puede estar envidiando su éxito.
Orgullo: Un líder que insiste en que su manera de hacer las cosas es la única correcta puede estar motivado por el orgullo y la necesidad de control.
Aburrimiento: Un grupo de personas que pasan el tiempo chismeando puede estar buscando una forma de llenar el vacío en sus vidas. La murmuración no es solo una cuestión de palabras vacías; sus raíces están profundamente ligadas a la forma en que vivimos nuestra fe y respondemos a la gracia de Dios. La inseguridad, por ejemplo, nos hace buscar la aprobación de otros y ocultar nuestras propias carencias criticando a los demás. Esto interfiere con una adoración sincera y humilde. La Escritura nos recuerda que “el temor del hombre pondrá lazo; mas el que confía en Jehová será exaltado” (Proverbios 29:25). Al preocuparnos más por la opinión de los demás que por la de Dios, desviamos nuestro enfoque de una adoración auténtica hacia una en la que buscamos agradar a los hombres y, en el proceso, llenamos nuestra mente y palabras de críticas y comparaciones.
La envidia, otro de los fundamentos de la murmuración, introduce el resentimiento en nuestro corazón. En lugar de celebrar las bendiciones de nuestros hermanos y hermanas en Cristo, nuestra adoración se envenena con deseos egoístas. Como lo enseña la parábola de los obreros en la viña, debemos evitar resentir las bendiciones de otros, pues “¿o tienes tú envidia, porque yo soy bueno?” (Mateo 20:15). Cuando permitimos que la envidia arraigue, dejamos de ver las bendiciones de Dios en nuestra propia vida y desarrollamos una actitud que contamina nuestra gratitud y relación con Él, desviándonos de la verdadera adoración.
El orgullo, la tercera raíz, se presenta como un obstáculo hacia una adoración humilde. La Biblia nos advierte que “antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Proverbios 16:18). Cuando nos creemos superiores a otros, nuestra alabanza y servicio pueden convertirse en actos vacíos, donde nuestro propio ego se convierte en el centro en lugar de Dios. Este orgullo nos lleva a resistir la corrección y a imponer nuestras opiniones, distorsionando la adoración hacia un reflejo de nosotros mismos en lugar de un verdadero reconocimiento de la grandeza y majestad de Dios.
El aburrimiento, también una raíz de la murmuración, surge en ocasiones cuando nuestra vida carece de propósito. Sin un enfoque en lo eterno, caemos en distracciones que llenan nuestras mentes de conversaciones superficiales. En vez de usar nuestras palabras para edificar, dedicamos el tiempo a la crítica o el chisme, perdiendo de vista el llamado de **Efesios 4:29**: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación.” Al hacerlo, nuestro corazón pierde la devoción y reverencia que debe caracterizar a la verdadera adoración, y nuestras conversaciones se vuelven en detrimento de la comunión y de nuestro crecimiento espiritual.
Finalmente, otros factores como la falta de empatía y el miedo al conflicto crean barreras en nuestras relaciones. Al no ser capaces de resolver nuestras diferencias de manera constructiva, dejamos de reflejar el amor de Dios, que es esencial en la adoración. **Mateo 18:15** nos insta a buscar una reconciliación abierta y genuina en lugar de permitir que los resentimientos se conviertan en murmuraciones. Si fallamos en esto, nuestra adoración se vuelve incompleta, pues cargamos con barreras invisibles que afectan la pureza de nuestro servicio y comunión con Dios.
En resumen, cada una de estas raíces de la murmuración interfiere directamente con nuestra relación con Dios y con la comunidad de fe, haciendo que nuestra adoración se vuelva menos auténtica. La adoración genuina requiere que nuestro corazón esté limpio de comparaciones, envidias, orgullo y descontento, para que podamos acercarnos a Dios con un espíritu sincero y transformado.
Conclusión
En conclusión, reconocer y confrontar las raíces de la murmuración es esencial para una adoración plena y genuina. Dios busca corazones sinceros, libres de la carga de la envidia, el orgullo, el miedo y la inseguridad. La Escritura nos llama a usar nuestras palabras y pensamientos para edificar, no solo para nuestro propio crecimiento espiritual, sino también para fortalecer a la comunidad en Cristo. Al liberar nuestra adoración de estas ataduras, no solo honramos a Dios con integridad, sino que también permitimos que Su amor y paz transformen nuestro ser y nuestras relaciones. Con un corazón purificado de la murmuración, nuestra adoración se convierte en una verdadera ofrenda, agradable a los ojos de Dios y reflejo fiel de Su amor en nuestras vidas.
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