Al parecer hay una excesiva confusión en la iglesia hoy con respecto a lo que constituyen los pecados de murmuración y difamación—y lo que no. No se equivoque en lo absoluto con ellos, la murmuración y la difamación, ante los ojos de Dios, son equivalentes a toda injusticia, maldad, homicidio… ¡y aun aborrecer a Dios mismo! (Romanos. 1:29-32). Al contrario de esto, se nos ordena exponer las malas obras de las tinieblas (Efesios. 5:11); hablar la verdad en amor (Efesios. 4:15), y juzgar con justo juicio (Juan. 7:24) aun a los que están dentro de la iglesia, de manera que podamos evitar cualquier falsa y perniciosa doctrina identificándola, nombrándola y evitando a aquellos que la promueven (Romanos. 16:17-18) por medio de alguna perversión del evangelio (2 Pedro. 3:14-18), y de la misma manera también podemos negar la comunión a cualquier hermano inmoral o pervertido si así fuese necesario (1 Corintios. 5:1-13). Pero, ¿cómo nos sujetamos a las instrucciones y mandamientos de Dios
"Porque ¿qué tiene el hombre de todo su trabajo, y de la fatiga de su corazón, con que se afana debajo del sol?." (Eclesiastes 2:22)