Ese artículo que nunca escribí esperando el momento oportuno, se fue añejando en los resquicios de mi memoria, llenándose de hogos e integrándose a la pared de los planes olvidados de las intenciones rezagadas. La palabra procrastinación, difícil de pronunciar para mi lengua enredada ya de por sí con las palabras comunes del idioma materno, viene a dar en el punto de las constantes idas al cesto de las cosas por hacer. —En su momento cuando me sienta mas seguro o cuando tenga los recursos adecuados, —cuando la experiencia de los años me acompañe o cuando vuelva a tener una computadora. La autocensura del postergamiento se convierte en el hilo que entreteje muchas de las agobiantes escenas diurnas de los sueños incumplidos desde antes de sus inicios. Figuras alargadas como la sombra de la tarde que ya anuncia la finalización de otro día sin ni siquiera avanzar en el inicio del proyecto. Animoso, pues, se trazan las horas de la noche con la renuente fantasía de que: “si Dios quier
"Porque ¿qué tiene el hombre de todo su trabajo, y de la fatiga de su corazón, con que se afana debajo del sol?." (Eclesiastes 2:22)