Al parecer hay una excesiva confusión en la
iglesia hoy con respecto a lo que constituyen los pecados de murmuración y
difamación—y lo que no. No se equivoque en lo absoluto con ellos, la
murmuración y la difamación, ante los ojos de Dios, son equivalentes a toda
injusticia, maldad, homicidio… ¡y aun aborrecer a Dios mismo! (Romanos. 1:29-32).
Al contrario de esto, se nos ordena exponer las
malas obras de las tinieblas (Efesios. 5:11); hablar la verdad en amor (Efesios. 4:15), y
juzgar con justo juicio (Juan. 7:24) aun a los que están dentro de la iglesia, de
manera que podamos evitar cualquier falsa y perniciosa doctrina
identificándola, nombrándola y evitando a aquellos que la promueven (Romanos. 16:17-18)
por medio de alguna perversión del evangelio (2 Pedro. 3:14-18), y de la misma
manera también podemos negar la comunión a cualquier hermano inmoral o
pervertido si así fuese necesario (1 Corintios. 5:1-13).
Pero, ¿cómo nos sujetamos a las instrucciones y
mandamientos de Dios que tienen que ver con «hablar la verdad en amor» sin
transgredir sus instrucciones y mandamientos referentes a la murmuración y la
difamación? ¿Cómo podemos obedecer el mandamiento de hablar acerca de lo malo
que alguien esté haciendo sin murmurar ni difamarlo en el proceso? ¿Es posible
llevar a cabo ambos mandamientos sin que se contradigan periféricamente el uno
con el otro? ¡Claro que se puede! Porque, aunque parezca ser algo
contradictorio en naturaleza en ocasiones, estos dos actúan realmente en
perfecta armonía, ya que su autor es Dios. Por consiguiente, nuestra obediencia
a la voluntad de Dios en estos asuntos requiere sencillamente que comprendamos
mejor en qué consisten realmente la murmuración y la difamación, como también
de dónde provienen. Es este más claro entendimiento y la subsiguiente
reconciliación de estos dos mandamientos lo que este estudio procura lograr.
El Nuevo Diccionario Bíblico de Unger da la
siguiente lista para «DIFAMAR»:
1. La traducción del hebreo Diblar, «un reporte malvado, difamador»
(Números. 14:36, LBLA); Salmos. 31:13; Proverbios. 18:18). En 1 Timoteo. 3:11 el término griego Diabolous se traduce «calumniadoras»
refiriéndose a las esposas de los diáconos.
2. La traducción (Salmos. 15:3) del hebreo Ragal, «correr a» chismear. En el NT, el
griego Katalaleo significa «hablar
mal de, difamar» (Romanos. 1:30; 2 Corintios. 12:20). Este pecado se describe como algo
destructivo y completamente indigno del creyente. La KJV lo traduce como
«backbite» (hablar mal, murmurar).
El Diccionario Expositivo de Palabras Bíblicas
de Vine, define DIFAMAR como:
«Diabolos…
un adjetivo, “difamatorio, acusar falsamente”, se usa como sustantivo, se
traduce calumniadoras en 1 Timoteo. 3:11, donde se hace referencia a quienes son
dados a encontrar fallas en el comportamiento o conducta de los demás y que
difunden sus insinuaciones y críticas en la iglesia; en 2 Timoteo. 3:3, RV (KJV,
“Falsos acusadores”); Tito. 2:3 (ídem). Vea ACUSADOR, DIABLO».
Un examen cuidadoso de lo mencionado arriba
revela mucho acerca de la verdadera naturaleza de la calumnia. (¿Es
sorprendente que de su raíz también proviene la palabra diabólico?). Es un «reporte malvado», un reporte «difamador». Es
«difamar», «acusar falsamente», y difundir «insinuaciones y críticas en la iglesia».
(Esto es similar a lo que hacía Absalón, el hijo de David, para desacreditarlo
y menoscabar su autoridad y así poder tomar su lugar en el trono, 2 Samuel. 15).
Dios siempre ha aborrecido este tipo de conducta (vea Proverbios. 6:12-19) porque
ésta revela una corazón podrido, pecaminoso, maligno, arrogante, egocéntrico,
egoísta y auto destructivo (Mateo. 15:15-20).
Entonces, difamar es hablar mentiras acerca de
alguien, o decir cosas (aunque sean ciertas) que brotan de un corazón que desea
el mal para el otro, destruir su reputación y buena imagen ante los demás, y
frecuentemente, auto promoviéndose en su lugar.
Este es por
qué Santiago tiene tanto que decir con respecto a controlar la lengua (Santiago. 3:3-10).
Sin embargo, casi inmediatamente y a partir de allí, ¡Santiago pasa a llamar a
su audiencia: «almas adúlteras» (Santiago. 4:4), y «pecadores» y gente de «doble
ánimo» (4:8)! ¿Cómo puede ser esto? ¿Acaso Santiago está contradiciendo
las instrucciones del mismísimo Espíritu Santo que justo acaba de presentar? Y,
¿con todo y eso retorna a su tópico original en el versículo 11 cuando declara:
«¿Hermanos,
no habléis mal los unos de los otros»? ¿Sabía Dios de qué estaba
hablando cuando guió a Santiago a escribir cada una de esas palabras (Juann.
16:12-15; 2 Timoteo. 3:16-17)? ¡Absolutamente! ¿Entonces hay alguna contradicción
aquí? NO. Como puede ver,
Santiago no estaba difamando a su audiencia de ningún modo, manera o forma, al
etiquetarlos con todas esas cosas. Él no estaba hablando falsedades o medias
verdades para destruirlos a su reputación, ¡sino hechos absolutos con el fin de
conducirlos al arrepentimiento y la salvación! No estaba diciendo cosas
motivadas por el odio, ¡sino por el amor! ¡No para herir sino para ayudar! ¡Su
intención era que detuvieran su marcha hacia la destrucción identificando la
dirección que llevaban con palabras que ellos pudieran entender y así que
pudieran reencontrar el camino hacia el hogar en el cielo! Pero, para lograr
esto, él debía identificar el peligro y la dirección que ellos habían tomado; y
tuvo que hablarles acerca de la verdad en amor. Esta es una misión que hace
necesario no comprometer la verdad, los hechos o la honestidad, si es que se
les ama lo suficiente como para traerles de vuelta a lo bueno, santo y justo.
¡Las intenciones cuentan! Las INTENCIONES que
nacen del corazón son las que separan y hacen la diferencia en cuanto a si las
palabras que se han hablado acerca de otros son murmuración y difamación, o
hablar la verdad en amor ante los ojos de Dios. ¿Amaba Jesús a los fariseos y a
los saduceos? Sí. Absolutamente. Lo suficiente como para hablarles de la verdad
en amor con respecto a sus pecados con la esperanza de que mostraran
arrepentimiento y se salvaran (Mateo. 22:29; 23:13-39). Y Jesús no solamente
habló a los fariseos de verdades terribles, frías y duras acerca de sí mismos,
sino que también, honestamente y en amor—ese amor que estaba dispuesto a
advertir a otros en cuanto al ejemplo de los fariseos, afirmando que quien lo
siguiera no iría al cielo—aprovechó
la ocasión para decirlo a otros (Mateo. 5:20; 23:1-7). ¿Fue culpable de
murmuración y difamación el Señor Jesús cuando actuó así? No.
Y el apóstol Pablo guiado por la directa
inspiración del Espíritu Santo—al igual que Santiago—hasta mencionó nombres (1
Timoteo. 1:18-20; 2 Timoteo. 1:15; 2:17; 4:10). ¿Estaba murmurando y difamando ahora,
el hombre que escribió Ro. 1:29-32; Gálatas 5:13-21, y otros pasajes similares,
acerca de sus hermanos Himeneo, Alejandro, Fileto, Figelo, Hermógenes y Demas? Después
de todo, ¡él colocó sus sus pecados—y sus nombres específicos—en el registro
eterno! ¿Y qué de cuando Juan, el denominado «apóstol del amor», habló y
escribió de manera similar acerca de Diótrefes? (3 Juan. 9). ¿Eran culpables de
murmuración y difamación estos apóstoles de Dios? No. ¡Absolutamente no! Ellos
simplemente estaban hablando la verdad en amor. Sus intenciones estaban
totalmente basadas en el amor, eran guiadas divinamente por el Espíritu Santo. No
procuraban menospreciar a estos hermanos, sino que les reprendían, pero con la
esperanza amorosa de que se arrepintieran y salvaran… pero si no, con ese mismo
amor se estaba advirtiendo a todas esas almas que podían ser arrastradas por
ellos, para que no cayeran en semejante ejemplo de desobediencia y creyeran en
estas doctrinas auto destructivas (Romanos. 16:17-18; Timoteo. 3:9-10). Y es así como
estos apóstoles «hablaron la verdad en amor», tal cual lo habían ordenado a la
hermandad, y al mismo tiempo evitaron caer en la murmuración y difamación:
porque sus intenciones eran puras. Y eso es lo que siempre, siempre va a
separar una cosa de la otra ante los ojos de Dios.
No debemos nunca ser culpables de murmuración y
difamación—nunca. Y, por otro lado, nunca debemos fallar en dejar
de exponer lo malo que hay entre nosotros (Efesios. 5:11), o del pecado de no hablar
la verdad en amor (Efesios. 4:15); es decir, dejar de establecer, evaluar,
confrontar y comunicar los hechos, motivados por el amor a sus almas
inmortales, cuando un hermano o hermana se involucra en algo que lo destruirá
espiritualmente (1 Corintios. 5:1-13). Asegurémonos de estudiar esto hasta que
entendamos la diferencia, desarrollando discernimiento en el corazón, y
poniendo ese entendimiento en acción siempre, haciéndolo parte de nuestro ser
(Mateo. 15:10-20). Después de todo, si no amamos lo suficiente a alguien como
para hablarle de su pecado para que pueda salvar su alma, ¿cómo podemos decir
que tenemos amor fraternal, puro, los unos por los otros (1 Pedro. 1:22-24)? ¿Cómo
podemos afirmar que los amamos como Cristo si fallamos en no estar lo
suficientemente interesados en el destino eterno de sus almas como para
discutir acerca de su pecado con ellos y advertir a quienes pudieran verse
afectados, en caso de que el hermano o hermana persista en su error?
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