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Sin disciplina, siempre serán frágiles

El matrimonio y la familia

Felipe Arizmendi Esquivel (*)

Ver He presidido la celebración litúrgica del sacramento matrimonial de varias parejas, pero últimamente lo hago con más temor que antes, porque cada vez son más las que al poco tiempo se separan. Hace poco, bendije a unos esposos que se casaron muy enamorados, con la ilusión de permanecer unidos toda la vida; pero a los pocos meses cada quien se fue a su casa.

Hay jóvenes con pocos años de casados que discuten y pelean por cualquier cosa, se desestabilizan y pueden naufragar. Lo mismo pasa a quienes llevan ya varios años. En algunos casos parece que no hay esperanza de reconciliación, máxime cuando la mujer es independiente económicamente, por su trabajo o por herencia paterna, y dice que no tiene por qué soportar al marido, que no le hace falta y prefiere hacer su vida aparte.

Lo más grave es que algunos novios van al altar pensando que si no se entienden tienen derecho a irse cada quien por su lado y "rehacer" su vida con otra pareja. Les parece lo más normal no atarse por siempre a alguien, con quien en un determinado momento ya no se comprenden. No se dan cuenta de que con esta actitud lesionan profundamente la validez del sacramento, pues éste exige ser para toda la vida.

En estos casos, no hay matrimonio sacramental ante Dios y ante la Iglesia. No vale la ceremonia, aunque se haya hecho en presencia de muchos sacerdotes, de un obispo, del Papa. No hay sacramento.

En algunas carreteras hay un gran cartel con una pareja muy enamorada. Dice que el marido parece muy tierno, incapaz de romper un plato, pero le rompió el brazo a su esposa. La solución que propone es: "Denúncialo". No aconseja perdonar, intentar el diálogo, corregir, soportarse mutuamente, sino llevar ante el juez al esposo y meterlo a la cárcel. Con la buena intención de evitar el maltrato intrafamiliar y los abusos machistas del varón, pareciera que la única solución son las rejas. Con consejos como éste, se prescinde de la reconciliación; por ello los matrimonios se destruyen por todas partes.

Juzgar Desde el principio de la humanidad Dios instituyó el matrimonio como la unión total entre hombre y mujer (cf Gen 2, 18-24). Su proyecto es que la familia sea estable; por lo tanto, que no haya infidelidades ni divorcios (cf Mt 5, 27-28. 31-32).

Es muy claro lo que narra el Evangelio al respecto: "Se le acercaron unos fariseos y le pusieron a prueba con esta pregunta: '¿Está permitido a un hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?'. Jesús respondió: '¿No han leído que el Creador al principio los hizo hombre y mujer y dijo: 'El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá con su mujer, y serán los dos una sola carne'? Pues bien, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre'" (Mt 19, 3-6).

Pero los fariseos adujeron que Moisés les permitió el divorcio. A lo cual Jesús respondió: "Moisés vio lo terco de ustedes y por eso les permitió despedir a sus mujeres, pero al principio no fue así. Yo les digo: El que se divorcia de su mujer, salvo el caso de que vivan en unión ilegítima, y se casa con otra, comete adulterio" (Mt 19, 8-9). Por lo tanto, cuando una pareja se compromete, principalmente ante Dios y ante la Iglesia, a permanecer unida, debe intentar cumplir esta promesa, a no ser que moral o físicamente sea imposible.

En la ceremonia católica, los novios se dicen uno a otro: "Yo te acepto a ti como mi esposa(o) y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida".

Y ratifica el sacerdote: "Que el Señor confirme este consentimiento que han manifestado ante la Iglesia y cumpla en ustedes su bendición. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre".

Este es el plan de Dios para el matrimonio: la unidad y la indisolubilidad. El plan del mundo es que cada quien ande con quien quiera, y que no hay por qué soportarse uno a otro, como si esto fuera indigno e injusto. Dios quiere que el marido ame y respete a su mujer, y ésta a su marido (cf Ef 5, 21-33). Quien ama es comprensivo, perdona, soporta, espera (cf 1 Cor 13, 4-7). La solución ante los problemas no es hacer pronto una denuncia penal, sino fortalecer el amor, que incluye el perdón, y ser capaces de llevar la cruz.

San Pablo da unos criterios muy concretos para construir una buena familia: "Puesto que Dios los ha elegido a ustedes, los ha consagrado a él y les ha dado su amor, sean compasivos, magnánimos, humildes, afables y pacientes. Sopórtense mutuamente y perdónense cuando tengan quejas contra otro, como el Señor los ha perdonado a ustedes. Y sobre todas estas virtudes, tengan amor, que es el vínculo de la perfecta unión. Que en sus corazones reine la paz de Cristo, esa paz a la que han sido llamados, como miembros de un solo cuerpo. Finalmente, sean agradecidos" (Col 3, 12-15). ¡Cuánto cambiarían nuestros hogares si se pusieran en práctica estos sencillos consejos! No se destruirían.

Sin embargo, la vida no está exenta de problemas y de conflictos entre los mismos esposos. La Iglesia, como madre experta en humanidad, aconseja el perdón mutuo y tratar de recomponer la unidad; pero permite que, en casos graves, pueda haber una separación, pero no un nuevo matrimonio sacramental: "Si uno de los cónyuges pone en grave peligro espiritual o corporal al otro o a la prole, o de otro modo hace demasiado dura la vida en común, proporciona al otro un motivo legítimo para separarse, con autorización del Ordinario del lugar y, si la demora implica un peligro, también por autoridad propia. Al cesar la causa de la separación, se ha de restablecer siempre la convivencia conyugal" (Código de Derecho Canónico, canon 1153). Separación, sí; divorcio religioso, no hay.

Actuar San Pablo recomienda: "Mujeres, respeten la autoridad de sus maridos, como quiere el Señor. Maridos, amen a sus esposas y no sean rudos con ella" (Col 3, 18-19). La rudeza del esposo contra su esposa y de ésta contra aquél es contraria al plan de Dios. La violencia intraconyugal es opuesta al modelo de familia que Dios quiere. Pero la sola denuncia ante los jueces muchas veces agrava la situación. Hay que aprender a perdonarse y tolerarse. Quien no es capaz de perdonar, no sabrá convivir con nadie, pues todos tenemos defectos.

Para que los futuros esposos sean generosos en tolerar, soportar y perdonar, hay que educar a los niños desde la familia a sacrificarse. Sin disciplina, sin control de sí mismo y sin renuncias generosas, los matrimonios siempre serán muy frágiles e inestables.- San Cristóbal de las Casas, Chiapas (Zenit.org).

Tomado de www.yucatan.com.mx

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